Después del terremoto del miércoles 15 de agosto, puedo decir que yo también he colapsado. El morbo, la necesidad de una catarsis, y el deseo de dar la mano a quien lo ha perdido todo, se superponen día a día y no es posible huir de aquella terrible tragedia de la que todavía no despertamos.

Muchas sensaciones afloraron en los peruanos durante, y después del movimiento telúrico de 7,9 grados en la Escala de Richter que sacudió violentamente el sur del Perú. Temor fue la primera de ellas. Temor no solo por la vida de uno mismo, sino por la de los seres queridos.
Luego vino la desesperación ante la imposibilidad de comunicarse. Las líneas telefónicas se convirtieron en una maraña que elevaron la tensión a más de uno que no podía saber cómo estaban sus hijos o su madre y ansiaba estar en su hogar.
Aquí surge una diferencia. En Lima llegó la tranquilidad al cabo de unas horas, cuando la gente cerraba la puerta de sus casas y veía que su familia estaba bien, asustada, pero bien. Sin embargo en el sur, todo era diferente. Es imposible para quienes no lo han vivido entender lo que se puede haber sentido en Pisco, Ica y Cañete, entre otras ciudades y poblados afectados por el sismo. Por ello no pretendo describirlo.
De la impotencia a la solidaridad

Sin embargo, sobreviene la impotencia y el dolor. En las ciudades golpeadas, impotencia al no poder hacer nada frente a la naturaleza y su furia. Dolor ante la muerte certera y cruel de un niño o de un familiar en una iglesia o en una humilde casa de adobe.
En Lima también hay impotencia. Impotencia al saber que no se puede hacer nada ante lo sucedido. Pero, surge algo distinto. Solidaridad. Palabra que en los últimos días ha sido usada de la manera justa y correcta. Es cierto que lo que ha sucedido no puede ser cambiado. No obstante, sabemos que es hora de ayudar. Es una prueba de fuego para demostrar que realmente somos hermanos entre peruanos.
Y pasamos la prueba. Al menos así lo hicieron los ciudadanos, que desde las primeras horas de la mañana han acudido a los centros de acopio, los que a pesar del temor a las agujas donaron sangre, o los que se han puesto la etiqueta de voluntarios y han partido a enfrentar un panorama desolador y cruel, resultado del poder destructor de la naturaleza, pero también de la desigualdad, cuyo fruto es la pobreza.
¿Hasta cuando en el dolor hermanos?

Empero hay más. ¿Es una necesidad o es sólo el morbo? Ganas de leer todo lo que se ha escrito sobre el terremoto. Ver las mejores imágenes y videos de la catástrofe, de recordar una y otra vez la experiencia vivida el 15 de agosto de 2007 a las 6:41 de la tarde. ¿Es necesario ver las fotografías de la muerte? Hasta cuando serán esos los titulares que abrirán los periódicos. ¿Cuándo es el momento de decir basta? No muy pronto, lo sé. La replica que siento en estos momentos me lo recuerda.
Una y otra vez en las pantallas de televisión hemos visto los cadáveres, pero desde nuestras casas no hemos sentido el olor de la muerte. Hemos visto los escombros de las ciudades, pero no hemos sentido el polvo en nuestra piel. Hemos visto las lágrimas de una persona a la que todavía no le ha llegado la ayuda, pero nosotros solo debemos abrir el grifo y el agua brota.
Yo he colapsado. No creo realmente que sea indiferencia al dolor ajeno. Es sólo deseo de seguir. Estoy cansada de despertarme y escuchar que la ayuda no llega, que alguien más llora. ¿Egoísmo? Quizá. Pero así como “colapsaron” los servicios, yo también lo he hecho. Aún así, no puedo detenerme. Es muy pronto para decir ya me cansé. Miles de peruanos sufren y tenemos que dar la mano, pero sobre todo apoyarlos para que se levanten.
PD: Quizá no era el momento de escribirlo, pero necesitaba hacerlo…
Fotos: Andina
1. Damnificados en Pisco
2. Donaciones
3. Tripita, payaso que anima a niños en zona de emergencia

Muchas sensaciones afloraron en los peruanos durante, y después del movimiento telúrico de 7,9 grados en la Escala de Richter que sacudió violentamente el sur del Perú. Temor fue la primera de ellas. Temor no solo por la vida de uno mismo, sino por la de los seres queridos.
Luego vino la desesperación ante la imposibilidad de comunicarse. Las líneas telefónicas se convirtieron en una maraña que elevaron la tensión a más de uno que no podía saber cómo estaban sus hijos o su madre y ansiaba estar en su hogar.
Aquí surge una diferencia. En Lima llegó la tranquilidad al cabo de unas horas, cuando la gente cerraba la puerta de sus casas y veía que su familia estaba bien, asustada, pero bien. Sin embargo en el sur, todo era diferente. Es imposible para quienes no lo han vivido entender lo que se puede haber sentido en Pisco, Ica y Cañete, entre otras ciudades y poblados afectados por el sismo. Por ello no pretendo describirlo.
De la impotencia a la solidaridad

Sin embargo, sobreviene la impotencia y el dolor. En las ciudades golpeadas, impotencia al no poder hacer nada frente a la naturaleza y su furia. Dolor ante la muerte certera y cruel de un niño o de un familiar en una iglesia o en una humilde casa de adobe.
En Lima también hay impotencia. Impotencia al saber que no se puede hacer nada ante lo sucedido. Pero, surge algo distinto. Solidaridad. Palabra que en los últimos días ha sido usada de la manera justa y correcta. Es cierto que lo que ha sucedido no puede ser cambiado. No obstante, sabemos que es hora de ayudar. Es una prueba de fuego para demostrar que realmente somos hermanos entre peruanos.
Y pasamos la prueba. Al menos así lo hicieron los ciudadanos, que desde las primeras horas de la mañana han acudido a los centros de acopio, los que a pesar del temor a las agujas donaron sangre, o los que se han puesto la etiqueta de voluntarios y han partido a enfrentar un panorama desolador y cruel, resultado del poder destructor de la naturaleza, pero también de la desigualdad, cuyo fruto es la pobreza.
¿Hasta cuando en el dolor hermanos?

Empero hay más. ¿Es una necesidad o es sólo el morbo? Ganas de leer todo lo que se ha escrito sobre el terremoto. Ver las mejores imágenes y videos de la catástrofe, de recordar una y otra vez la experiencia vivida el 15 de agosto de 2007 a las 6:41 de la tarde. ¿Es necesario ver las fotografías de la muerte? Hasta cuando serán esos los titulares que abrirán los periódicos. ¿Cuándo es el momento de decir basta? No muy pronto, lo sé. La replica que siento en estos momentos me lo recuerda.
Una y otra vez en las pantallas de televisión hemos visto los cadáveres, pero desde nuestras casas no hemos sentido el olor de la muerte. Hemos visto los escombros de las ciudades, pero no hemos sentido el polvo en nuestra piel. Hemos visto las lágrimas de una persona a la que todavía no le ha llegado la ayuda, pero nosotros solo debemos abrir el grifo y el agua brota.
Yo he colapsado. No creo realmente que sea indiferencia al dolor ajeno. Es sólo deseo de seguir. Estoy cansada de despertarme y escuchar que la ayuda no llega, que alguien más llora. ¿Egoísmo? Quizá. Pero así como “colapsaron” los servicios, yo también lo he hecho. Aún así, no puedo detenerme. Es muy pronto para decir ya me cansé. Miles de peruanos sufren y tenemos que dar la mano, pero sobre todo apoyarlos para que se levanten.
PD: Quizá no era el momento de escribirlo, pero necesitaba hacerlo…
Fotos: Andina
1. Damnificados en Pisco
2. Donaciones
3. Tripita, payaso que anima a niños en zona de emergencia
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